Es inevitable tener los pies en la tierra si cuando volteas a verme se desata un terremoto, pero no corres ni gritas, te escondes entre mis ojos mientras dejamos que el mundo solo se caiga a pedazos.
Pocas veces he sentido que no me hace falta nada; cosa que me pasa si te tengo al lado mío, cuando me hablas y reímos, o nos quedamos en casa viendo la vida pasar. Y te quiero, sí, de una forma indescriptible, como nunca había querido ni habían querido de vuelta, pero es cuestión de valor vivir entre terremotos y a veces uno se cansa de hacerse siempre el valiente. Pero también muchas veces he sentido que me hace falta todo, y sí, por todo me refiero a ti. Como si de alguna manera cada célula de mi cuerpo dependiera infinitamente de cada minúscula fibra que conforma tu ser, pero inevitablemente no pudiesen tocarse. Como si cada minuto de mi tiempo fuera inútil estando sin ti, como si mis sonrisas se negaran a surgir porque me haces falta tú.
No puede ser que el destino sea esta farsa de pretender que no nos queremos, mientras que bajo la almohada siempre estoy pensando en ti; mientras que recostada en la cama, acompañada de tus respectivos insomnios, tú, inevitablemente, estás pensando en mí. Lo acepto, es bonito quererte así: imposible y caótica, hermosa y despistada. Deseando que nunca te haga falta nada, deseando que siempre tengas todo, y sí, por todo... Me refiero a mí.